En estos días llegamos a la apoteósis del jolgorio estival coincidente con las fiestas mayores de vírgenes y santos, debidamente procesionados tras noches ruidosas, toros "al carrer"y dudosos conjuntos musico vocales.
Hay que lamentar que estos necesarios entretenimientos se prolonguen hasta finales de Septiembre o más y hay que agradecer que las normales tormentas puedan aguar algunos decibelios y nos acerquen al siempre moralmente bienvenido Otoño.
También hay que complacerse con beneficios residuales de la crisis en términos de menos presupuestos municipales, lo que viene a significar menos días, menos calles cortadas, menos comas etílicos y menos de todo.
De momento aún sufrimos ese tipo de programas de televisión que nos recuerdan año tras año las tomatinas de rigor y otras celebraciones festivas extrañamente exportables o incomprensiblemente declaradas de interés turístico por algún político miope.
Son las cosas de las costumbres, malas costumbres según escribe Moncho Alpuente con original visión del caso de La Vírgen de la Paloma, fiestas de género chico para los madrileños que no se
van de vacaciones.
Son fiestas que muestran un casticismo imposible en esa obrita de Bretón donde campan chulos castigadores, boticarios que se drogan, proxenetas, menestrales y modistillas.
Por favor...
! que llueva ,que llueva,la Virgen de la Cueva!
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