martes, 13 de marzo de 2012

Morir

Yo nunca había visto morir a nadie hasta la noche de las últimas Navidades en la que murió mi hermano José Vicente.
Era 2 años menor que yo y tenía un cáncer que le devoró en poco más de un año.
Era un hombre lleno de dinamismo,fuerza y empuje, lo que le llevó a vivir con cierta energía sus últimos meses, enseñándonos a no vivir muertos, dentro de sus limitaciones.
La noche de su muerte pasé algunos minutos a su lado, tumbado en su cama, y pude decirle algunas cosas al oído, palabras de cariño, que sentí que no las escuchara pues ya dormía sedado y ausente, a salvo del dolor físico y del dolor familiar.
Aquellas palabras eran las que uno se ha ahorrado tímidamente y debían haberse dicho mucho antes.
Morir si te mueres muy sedado creo que debe ser llevadero,mucho más que la decrepitud que acompaña a tantos ancianos y que resulta simplemente aterradora. Pero nadie podrá negar que tu muerte, si sabes que está próxima, debe producir un estado mental muy difícil enfrentado a la situación de esperarla. Hay que haber leído mucha poesía para comprender.
 Recuerdo las muchas veces que sufrí tanto o más por esa idea que por su propia enfermedad.
Una idea que en la madurez cada vez se hace más presente.
Todo pasó en un instante y la sensación que me produjo de irrealidad y vacío es imborrable.
Siempre recordaré la atmósfera,cada minuto de esa noche y la serenidad que se apoderó de todo el mundo, pues era una muerte anunciada.
Tuve que decir unas palabras casi improvisadas el día de su entierro y he tardado en escribir estas líneas porque no sabía que decir.Ahora si lo se.
Que la ausencia también es presencia, que los que se van también se quedan y que después de morirte sigue saliendo el sol para los demás.
No saludarlo todos los días con alegría es un estúpido derroche.
Siento que ya no conocerá a sus nietos. Ni ellos a él.